Elegida seis veces por la FIFA la Mejor Futbolista del Mundo, juega en Francia su quinto Mundial. Es un orgullo nacional en Brasil. Marta Vieira es una campeonísima forjada a base de tesón y rabia cuando todos decían que este deporte no era para niñas.
Los primeros testigos de su talento fueron los niños de su pueblo. Pero nadie la quería en aquellos partidillos en los descampados de Dois Riachos, una localidad de 11.000 habitantes situada en el Estado brasileño de Alagoas. Los niños ignoraban sus goles. Doña Tereza descubrió con horror que, en vez de ir al colegio, su hija pequeña dedicaba las horas al fútbol. Y sus hermanos varones la encerraban en casa para alejarla del balón.
Su profesor de gimnasia y descubridor, Julio de Freitas, Tota, recuerda que “nadie aceptaba que una niña corriera detrás de la pelota entre niños. Ellos eran más fuertes, pero aun así ella destacaba”. Una vez un entrenador amenazó con retirar a su equipo de un campeonato infantil si la niña seguía jugando.
Aguantó que la llamaran marimacho, peleó con su familia, que veía aquello anormal… Marta Vieira da Silva era una niña obstinada. Aquella intrusa transformó el ostracismo en motivación, la rabia en triunfos. La FIFA la ha elegido seis veces la Mejor Futbolista del Mundo. Es la máxima goleadora de la selección brasileña y de los Mundiales. Ahora juega el quinto en Francia con 33 años.
Marta Vieira nació en 1986 en una casa con techo de zinc. Las biografías de muchos futbolistas tienen ecos de Dickens. Empezaron a pelotear descalzos, se esforzaron porque vieron en el balón una vía para sacar a los suyos de la miseria. Pero ella afrontó otro obstáculo, el género. El fútbol no era para niñas. “Un día me pidió un real para comprar un balón, y yo le dije: ‘¡Tú eres mujer, Marta!”, cuenta su madre en Você é mulher, Marta!, la biografía en la que Diego Graciano narra todos esos detalles de su infancia.
Desconocida fuera de la galaxia del fútbol, en Brasil, Marta Vieira es un ídolo. Un orgullo nacional. La única mujer que tiene la huella de sus pies impresa en Maracaná. Los guías del mítico estadio de Río de Janeiro enumeran muchos de sus logros con la coletilla “la mejor, entre hombres y mujeres”. “Los brasileños decimos que ‘Es la reina’. Tiene esa corona que Brasil solo dio a Pelé. Aquí no existe otro O rei del fútbol todavía, es Pelé. Y A rainha es Marta Vieira”, explica Daniela Alfonsi, directora de contenido del Museo del Fútbol de São Paulo.
Marta Vieira es fibrosa, de aspecto frágil, quienes la conocen dibujan una mujer alegre que jamás tuvo miedo, que adora entrenar, cantar, tocar la guitarra, bailar. Soltera, descarta tener hijos hasta que se retire.
En 1895 se celebró en el Reino Unido el primer partido entre dos equipos de mujeres. Precisamente aquel año, el nuevo deporte llegó a Brasil, donde décadas después se convirtió en un símbolo de la identidad nacional.
En los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado se impulsa esa idea de que “el pueblo brasileño, que es un pueblo mestizo, de negros, indios, blancos, inventa un estilo propio de jugar al fútbol”, explica Alfonsi. En un país tan desigual, la cancha se distingue como un lugar igualitario.
Pero no para todos. “Yo, que nací en los años ochenta, tardé en darme cuenta de que esa idea de un Brasil que mezcla razas incluye a los negros y a los pobres, pero excluye a las mujeres”, admite la directiva del museo.
Cuando en 1940 se inauguró en São Paulo el estadio modernista de Pacaembú, sede del museo, se celebró un partido femenino, y el indignado público reclamó al presidente, Getúlio Vargas, que impidiera aquella exhibición de “mujeres perdidas”.
Durante casi cuatro décadas, Brasil, al igual que otros países, prohibió a las mujeres jugar al fútbol, con el argumento de que causaba infertilidad. Expulsadas de ese espacio público, sin clubes ni torneos, su fútbol no se desarrolló, aunque las aficionadas buscaron resquicios como los partidos de vedetes, criminalizados por una parte de la prensa.
El Gobierno levantó el veto en 1979, solo siete años antes de que la futbolista naciera. Aunque ella no se presenta como feminista, tras tantos años de batalla para que las jugadoras conquistaran su espacio en el fútbol, es embajadora de la ONU para luchar contra el sexismo en el deporte.
Marta Vieira tuvo mucha suerte, porque todo en el ambiente era hostil a sus ambiciones. Su hermana fue la única que nunca le puso pegas. Además de su talento, solo gracias a una conjunción de mil factores pudo llegar a ser descubierta, tener la oportunidad de ir a la gran ciudad, a Río, donde el Vasco da Gama era uno de los pocos clubes de Brasil con equipo femenino. Tenía 14 años.
La distancia entre Dois Riachos —en el paupérrimo desierto del noreste— y Río de Janeiro es mucho mayor que los 2.000 kilómetros que señala el mapa. “Marta nació con la obligación de driblar a su adversario más difícil: la mortalidad infantil, que en los ochenta era (en Alagoas) de 130 fallecidos por cada 1.000 niños, cuando la media nacional era de 69”, recuerda el columnista Xico Sá, también nordestino.
Eran años de sequía, de gravísima desnutrición infantil —con 3,5 millones de niños muertos—, de abandono gubernamental. Los padres emigraban y sus esposas eran conocidas como las viudas de la sequía. Rara vez emigraban ellas. “Que saliera de allí para ser jugadora de fútbol, no para el servicio doméstico, convierte su caso incluso en más raro”, recalca Sá.
Tardó tres días en llegar en autobús a Río. Pese a la belleza de las playas y la inmensidad de la metrópoli, fue directa al centro de entrenamiento del Vasco da Gama. Aquella prueba era la oportunidad de jugar por primera vez en un equipo femenino.
Todo el tiempo cabizbaja, solo tenía ojos para el balón. “Su cara era la de quien tiene rabia de la vida”, recuerda la entrenadora Helena Pacheco, que, en cuanto vio a aquella delantera arrancar hacia el gol y disparar con su potente zurda, entendió que era una jugadora extraordinaria.
Vieira aprovechó la oportunidad, aunque al principio se escapaba por las noches a los bares de Río de Janeiro con una amiga para bailar. Estaba descubriendo un mundo nuevo.
“Traía una carga emocional muy fuerte en la mochila. Era una niña que venía de lejos, de una realidad difícil, en busca de la oportunidad de oro. Supo transformar esa rabia en motivación para vencer en la vida”, afirma Pacheco, que la fichó inmediatamente.
Al firmar el contrato, la pequeña solo pidió una cosa: que su primer dinero fuera para doña Tereza. “Mamá me crio, luchó duro, lo hizo todo. Se quedó en casa cuando mi padre nos dejó”, contó en la mencionada biografía, que finalmente no autorizó. El libro solo se puede conseguir como préstamo en la Biblioteca Central de São Paulo.
Con el 10 que también lucieron Pelé y Zico, es desde hace años la líder indiscutida de la canarinha. Aunque difícilmente logrará en lo que le resta de asombrosa carrera los dos títulos que siempre se le han escapado: el Mundial y un oro olímpico.
Fue subcampeona de la Copa del Mundo en 2007 y plata en los Juegos de Atenas 2004 y en los de Pekín 2008. “Es un crack, una fuera de serie. Marta siempre está en el lugar correcto en el momento correcto. Y cuando esperas que haga una cosa correcta, hace cosas extraordinarias, como Pelé o Maradona”, explica René Simões, su entrenador en Atenas.
Llegar a la gran ciudad supuso empezar a jugar sin que la insultaran y recibir una paga, pero todo era muy precario. Después de jugar con la selección sub-17 se quedó sin equipo cuando el Vasco da Gama eliminó el conjunto femenino por problemas económicos.
“Quedó devastada. Creyó que podía ser el final de una carrera que ni siquiera había comenzado”, recuerda su primera entrenadora. Lloró mucho, pero tenía claro que a su pueblo no volvía.
Marta Vieira y las futbolistas brasileñas de su generación —Formiga, Cristiane, Pretinha…— se forjaron gracias al empeño de muchas mujeres y algunos hombres en heroicas iniciativas aisladas.
Le hablaron de un club de aficionados de Belo Horizonte que jugaba en un campo de tierra, el Santa Cruz. “El equipo era mío, yo las entrené, les busqué un apartamento… Yo solo usaba el nombre del Santa Cruz”, explica la pionera Vera Lucía Pereda.
El presidente del club, Claudio Henrique Soares, recuerda que Marta llegó con unas chancletas rotas, los muchos triunfos que les brindó y el fax de su primera convocatoria en la selección. Nadie de quienes la conocieron siendo adolescente la recuerda yendo a la escuela.
“Siempre fue determinada, nunca tuvo miedo, siempre supo que lo que mejor hace es jugar al fútbol”, comenta Sabrina Fonseca, amiga de la estrella desde aquellos tiempos y presidenta de un club masculino juvenil. Los Fonseca la acogieron en su casa un año cuando, de nuevo, se quedó sin equipo, y sin alojamiento.
Su vida cambió gracias a los octavos de final del Mundial de 2003. Brasil perdió ante Suecia —uno de los países más igualitarios y que más valora el fútbol femenino—, pero su juego cautivó al presidente del Umea, que estaba entre el público. Suecia era las antípodas de Brasil.
Pero también superó con nota esa prueba. Vero Boquete, excapitana de la selección española, compartió equipo tres años con Vieira. “Jugar con ella fue un sueño, era mi referente”. La conoce bien como compañera y como adversaria. “Jugar con ella es una suerte, pero como rival supone también una motivación extra. Intimida, hace que tengas que estar al 100%”.
La adaptación a Suecia fue ardua, pero allí había estructura, clubes, torneos, aficionados… Creció como jugadora en los ocho años que pasó allí, hasta convertirse en la estrella que es. Tras obtener la nacionalidad y aprender la lengua, no descarta instalarse en Suecia cuando se retire.
Aunque, de momento, vive en Estados Unidos. Como Boquete. La brasileña juega en el Pride de Orlando (Florida); la española, en los Utah Royals de Salt Lake City.
Mientras los futbolistas brasileños sueñan con jugar en el extranjero, ellas quieren jugar en casa. “Marta es un símbolo y da mucha visibilidad al fútbol femenino, pero Brasil no supo aprovechar su legado para potenciarlo”, sostiene su primera entrenadora. Incluso la propia Vieira se enciende cuando critica el enorme desinterés de sus compatriotas por los partidos y triunfos de las futbolistas.
Ahora que hasta el Vaticano ha estrenado equipo de fútbol femenino, este ha recibido un fuerte empujón en Brasil. La confederación brasileña y la Conmebol sudamericana obligan a todos los equipos (masculinos) de primera a tener equipo femenino, lo que da una hasta ahora desconocida estabilidad al deporte.
Es una revolución para las aspirantes a ser la próxima Marta, Cristiane o Formiga. Gracias a eso, las jugadoras del Atlético Mineiro son profesionales. Juegan en condiciones que hace unos meses ni soñaban. La mayoría empezó a patear el balón en la favela donde crecieron.
Jugaban en un equipo amateur que el conjunto de Belo Horizonte adoptó para cumplir la nueva normativa. Cobran el salario mínimo, tienen seguro médico, doctor, nutricionista, psicólogo, fisioterapeuta… Pero no quien aplauda sus jugadas, aunque los partidos son gratis. Nina de Abreu, coordinadora del equipo, cuenta que han empezado “a jugar partidos en los clubes campestres para acostumbrar a las familias”.
También tienen esperanzas en Globo, el poderosísimo canal de televisión, que por primera vez emite el Mundial femenino (aunque no es el mejor año, porque la selección ha encadenado un buen puñado de derrotas). Estas jóvenes darían un brazo por tener un público como el que comienza a llenar estadios en España.
El coach de disciplina y liderazgo brama verdades dolorosas a jugadoras del Atlético Mineiro justo antes de los últimos abdominales. “¡Empezad a enseñar lo que valéis! ¡Tengo una fila de 350 kilómetros ahí fuera para lucir esta camiseta!”. No es fácil que ahí fuera haya talentos femeninos excepcionales como el de Marta. Pero si los hay, en Brasil todavía necesitarán suerte para ser descubiertas y triunfar.